ADIÓS RELIGIÓN
Llego el día en que las aves se entonaron y suave grito
del amanecer alumbro el horizonte, en ese entonces, Thomas observo con suavidad
mientras escuchaba como las demás personas se alistaban para empezar una nueva
jornada, observo también el cómo sus perros se estiraban y se preparaban para
morder el viejo juguete sucio de siempre. El hecho de que sus padres no
estuvieran con él en la cama le hizo pensar en la probabilidad de que se habían
ido a dormir al otro cuarto, era sábado, pero por alguna razón el mundo había
comenzado a despertarse antes de lo que su familia creía usual. Thomas se bañó
y se cambió tal y como cualquier otro día, Claudia (su vecina) ya había
comenzado a regar con cuidado sus cariñosas flores para aprovechar el “frescor”
de la mañana. Una suave voz sonó en aquella casa. -hijo-. Dijo esa suave y
hermosa voz que Thomas conocía a la perfección, era la voz de su madre.
- ¿Qué sucede? (Replicó
sin obtener una respuesta). Al no escuchar nada más, un gesto de flojera se
reflejó en su cara, sabía que su madre no quería que él le realizara algún
favor, sino que lo estaba llamando. Caminó rápidamente al otro cuarto donde
efectivamente se encontraba su madre. Ella lo jaló a la cama abrazándolo
con frescura y el mismo cariño de siempre. Luego de un rato de dulces caricias
y algunos besos en las mejillas su madre le dijo. -estas creciendo rápido
campeón, llegará el momento en el que tengamos que usar zancos para alcanzar a
abrazarte-. Este comentario a pesar de no ser nada gracioso dibujó una sonrisa
en la cara de Thomas, luego de unos momentos de mutuas risas se entabló una
conversación. -hijo, tu padre no está aquí, hemos pasado por algunos problemas
y....-. el sonido de la madera de la puerta hizo que su madre no terminara por
completo lo que tenía pensado decir, alguien tocaba la puerta, Thomas no
entendió por qué su madre sonrió momentáneamente al escuchar el sonido de la
puerta. Su madre se desenvolvió de las cobijas suaves de franela y tomó sus
cálidas pantuflas para abrir la puerta. -Debe ser otro cartero, últimamente se
han aproximado demasiado a esta casa-. Thomas habló susurrando sin saber muy
bien el porqué, pero él no sabía muchas cosas y indagar sobre su cuerpo para
saber porque susurraba sería algo que no quería hacer a esas horas. El tiempo
pasó y su madre no regresaba, Thomas se levantó descalzo de la cama, sintiendo
un escalofrío al instante por postrar su cuerpo sobre le piso helado. Caminó
hasta que la dulce voz de su madre pudo escucharse con claridad, al no saber lo
que la otra persona decía, Thomas se aproximó a la cocina a hacer el desyuno de
siempre, 4 huevos, un par de chorizos y leche descremada. Había demasiadas
rutinas en esa casa, pero a Thomas no le faltaba nada, disfrutaba el estar con
su madre y también se había acostumbrado tanto a esa rutina, que el pensar en
cambiarla era solo una lejana posibilidad que podría avistarse en el horizonte.
Thomas encendió la estufa lo suficiente como para escuchar el suave sonido del
gas para comenzar a preparar su desayuno, era otra buena mañana de sábado, (el
día favorito de Thomas) otro día sin nada fuera de lo normal, pero que
provocaba una sensación de felicidad única que era lo suficientemente digna de
repetirse. El creía hermoso el despertar de las gaviotas y de las personas, siempre
la había gustado despertarse en la madrugada, para ver el ´´inicio´´ de todo,
ver quien era el primero que se despertara y así observar como la gente abría
los ojos, incluida su madre, la cual a pesar de no ser perfecta, era lo
suficientemente buena como para quererla, y con esta idea el había vivido, no
sabía todo lo que hacía su madre por su estadía en el trabajo pero al menos el
sabía de corazón la profunda fe y amor que su madre le tenía.
Buena historia
ResponderEliminarFelicidades, narras muy bien
ResponderEliminarimpactante historia
ResponderEliminarConcuerdo con la abejita!
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