miércoles, 20 de junio de 2018


ADIÓS RELIGIÓN

Llego el día en que las aves se entonaron y suave grito del amanecer alumbro el horizonte, en ese entonces, Thomas observo con suavidad mientras escuchaba como las demás personas se alistaban para empezar una nueva jornada, observo también el cómo sus perros se estiraban y se preparaban para morder el viejo juguete sucio de siempre. El hecho de que sus padres no estuvieran con él en la cama le hizo pensar en la probabilidad de que se habían ido a dormir al otro cuarto, era sábado, pero por alguna razón el mundo había comenzado a despertarse antes de lo que su familia creía usual. Thomas se bañó y se cambió tal y como cualquier otro día, Claudia (su vecina) ya había comenzado a regar con cuidado sus cariñosas flores para aprovechar el “frescor” de la mañana. Una suave voz sonó en aquella casa. -hijo-. Dijo esa suave y hermosa voz que Thomas conocía a la perfección, era la voz de su madre.
- ¿Qué sucede? (Replicó sin obtener una respuesta). Al no escuchar nada más, un gesto de flojera se reflejó en su cara, sabía que su madre no quería que él le realizara algún favor, sino que lo estaba llamando. Caminó rápidamente al otro cuarto donde efectivamente se encontraba su madre. Ella lo jaló a la cama abrazándolo con frescura y el mismo cariño de siempre. Luego de un rato de dulces caricias y algunos besos en las mejillas su madre le dijo. -estas creciendo rápido campeón, llegará el momento en el que tengamos que usar zancos para alcanzar a abrazarte-. Este comentario a pesar de no ser nada gracioso dibujó una sonrisa en la cara de Thomas, luego de unos momentos de mutuas risas se entabló una conversación. -hijo, tu padre no está aquí, hemos pasado por algunos problemas y....-. el sonido de la madera de la puerta hizo que su madre no terminara por completo lo que tenía pensado decir, alguien tocaba la puerta, Thomas no entendió por qué su madre sonrió momentáneamente al escuchar el sonido de la puerta. Su madre se desenvolvió de las cobijas suaves de franela y tomó sus cálidas pantuflas para abrir la puerta. -Debe ser otro cartero, últimamente se han aproximado demasiado a esta casa-. Thomas habló susurrando sin saber muy bien el porqué, pero él no sabía muchas cosas y indagar sobre su cuerpo para saber porque susurraba sería algo que no quería hacer a esas horas. El tiempo pasó y su madre no regresaba, Thomas se levantó descalzo de la cama, sintiendo un escalofrío al instante por postrar su cuerpo sobre le piso helado. Caminó hasta que la dulce voz de su madre pudo escucharse con claridad, al no saber lo que la otra persona decía, Thomas se aproximó a la cocina a hacer el desyuno de siempre, 4 huevos, un par de chorizos y leche descremada. Había demasiadas rutinas en esa casa, pero a Thomas no le faltaba nada, disfrutaba el estar con su madre y también se había acostumbrado tanto a esa rutina, que el pensar en cambiarla era solo una lejana posibilidad que podría avistarse en el horizonte. Thomas encendió la estufa lo suficiente como para escuchar el suave sonido del gas para comenzar a preparar su desayuno, era otra buena mañana de sábado, (el día favorito de Thomas) otro día sin nada fuera de lo normal, pero que provocaba una sensación de felicidad única que era lo suficientemente digna de repetirse. El creía hermoso el despertar de las gaviotas y de las personas, siempre la había gustado despertarse en la madrugada, para ver el ´´inicio´´ de todo, ver quien era el primero que se despertara y así observar como la gente abría los ojos, incluida su madre, la cual a pesar de no ser perfecta, era lo suficientemente buena como para quererla, y con esta idea el había vivido, no sabía todo lo que hacía su madre por su estadía en el trabajo pero al menos el sabía de corazón la profunda fe y amor que su madre le tenía.

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